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La vida es irónica:
Se necesita TRISTEZA para conocer la FELICIDAD, RUIDO para apreciar el SILENCIO y AUSENCIA para valorar la presencia

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martes, 14 de diciembre de 2021

Break time

 


Lo de este domingo ha sido un adiós demasiado forzado. Le he dado vueltas  a mi cabeza y a mis piernas hasta hacer de  este talón dañado un asunto perentorio. Tengo que parar y empezar algo que me llene. Simular otra vida al menos. Imponer otra inercia a mis zapatos. Pedalear lejos.

No sabía si hacer o no una crónica de este domingo. Ser coherente y humilde es lo menos después de tanto ajetreo para 42 kilómetros de esfuerzo. Y yo no soy de tirar la toalla. En enero, quizás febrero pienso volver. Curaré mi lesión tantas veces como el corazón aguante e insistiré aunque esté agotada para que ningún adiós sea el definitivo.

Quizás esta forma de pensar no sea la adecuada y tal vez es por eso  que acabé en 3 horas y media lo que debí dejar en la mitad, cuando atravesaba en sentido oeste el paseo de los curas. El caso es que decidí acabar en silencio. Al ritmo que mi cuerpo pedía. Remontar con algo de glucosa y no pensar en el dolor. Romperme en carne viva al cruzar la meta.

No sabía si escribir de este domingo, pero Verónica Forqué se ha matado y leyendo, no sé… me he preguntado ¿me estoy yo también matando?  

En fin, de las derrotas también se aprende. Probaré a escribir sobre paisajes, sensaciones, entrenos de ensayo-error. No  puede ser que el camino acabe tan pronto. Bien o mal redactadas, aún me quedan kilómetros donde escribir mis huellas. 

lunes, 30 de noviembre de 2020

YO YA NO TENGO EDAD

 

Desde que empezó todo esto del virus suelo leer o seguir  a veces los artículos de Juan Manuel Jiménez Muñoz. Me gusta, como hace tiempo solía pasarme con Reverte, la ironía mordiente con la que pueden llegar a vestirse las opiniones. Es por eso que le sigo, y, aunque soy partidaria de las lecturas reposadas ,me he pasado al vértigo de las redes desde que solo llego a casa para tumbarme a sentir el dolor de otro día. Otra paliza.

El caso es que, para mi sorpresa, ayer di con algo distinto. Un escrito sobre edades. Una especie de metáfora sombría que me ha dejado algo “pillada” porque,de pronto, no sé en qué edad ubicarme.

YO NO SÉ SI ESTOY EN ESA EDAD

Yo estoy en esa edad en la que toca abandonar la patria para marchar a la montaña. La edad en que Siddarta Gautama nació Buda. Cuando habló Zaratustra. Cuando el Cristo acabó la otra epidemia.

Estoy en un momento en que vivir me da, sinceramente, más miedo que morirme. La edad de darle forma  a la vida y su larguísimo poema.

Estoy en la estúpida etapa de creer que ya sé todo y así, discuto en la ignorancia cada día. Como el que encuentra en la aprobación de sus ideas donde hacerse fuerte.

Yo estoy en esos años en los que el metabolismo marcha a un paso caprichoso. En los que el “no hay dolor” se vuelve fingido, y correr con clavos es, simplemente, impensable. Estoy donde las “dietas milagro” se llaman voluntad.

Es la edad en la que, parafraseando a Lorca, “yo ya no soy yo, ni mi casa es ya mi casa”. El continuo hacer preguntas a una pizarra huérfana de profesor. Yo no sé si estoy en esa edad en que uno pierde el derecho a aprender, pero, me senté a resolver un problema con vectores y aquí estoy. No sé si eso soluciona algo.

Estoy en el momento de cambiar mi montura por un buen espejo. Unos años de identidad versátil y apariencias seguras. Es el punto y seguido que no sigue. La felicidad estancada en cuatro charcos esperando la lluvia en primavera.

Tengo el alma llena de gozo y sufrimiento a la vez y, no sé si estoy en la edad de resucitar a mi Dios o de hundirme con su sombra en la caverna. Es tiempo de aceptar la muerte. Es hora de afrontar la vida.

Ya va siendo edad de empezar a cumplir con mi condena.


Teresa Velasco Castillo

martes, 8 de septiembre de 2020

36 Subida al Pico del Veleta

 Decía Goethe que el talento se educa en la calma y el carácter en la tempestad. Posiblemente desconocía de la hazaña que supone escapar a la tormenta. Experimentar ambas y no cuestionarse por qué, es, precisamente, seguir tu Dharma.

Pueden escribirse muchas crónicas sobre el Veleta. Esta es la mía. Cómo lo viví. Cómo lo siento aún en mi rostro deslucido por más kilómetros que años.

No sé aún por qué tomé parte de esta prueba. Realmente no tengo respuesta a ningún porqué, pero nunca he estado tan convencida de que este es el camino correcto.

Cuando comenzó el confinamiento, mi pequeño mundo se derrumbó como las horas de sol en septiembre. Estar en casa es agotador. La convivencia es agotadora. Y estar solo, con uno mismo, para mi es aterrador. Necesitaba ruido para no escucharme. Necesitaba la verborrea de una cinta con su altavoz detrás para acoplar los pasos. Eso hice. Una rutina tan férrea que me ha devuelto a la nueva normalidad con más fondo que antes.Luego fue el caos. La fase cero. Había que huir y agotarse y no dormir y así prescindir del altavoz y la cinta.

Ahora que por fin hemos salido de la caverna, volvemos a ser niños haciendo preguntas incómodas a un gobierno huérfano de reyes. Mahat se ha vuelto manifiesto en todas las cosas presentes. Pero el VELETA, con mayúsculas, es correr la cortina de la tempestad.

Son tres paisajes tan distintos que oscilan desde la noche más oscura, hasta la brisa cortante de la cima. Es tanta la belleza y el dolor junto que el tiempo y el espacio se desvanecen.

No puedo evitar identificarme con Forest Gump. Mi segundo papá dice que no me fíe de él. Que el cine nació para engañarnos. Pero yo pienso que la vida es experiencia y poco más. Las cosas que vienen y salen de la buena voluntad no tienen nombre. Samadhi. Nirvana. Moska. Qué más da. La cuestión es correr más allá de la tormenta.



miércoles, 13 de noviembre de 2019

La virtud de ser normal


No soy normal. Cometo excesos lingüísticos. No conmuto con mi conjugada traspuesta, ni me concentro siguiendo la tangente en su punto de tangencia. Es más, de un tiempo a esta parte ni me concentro, ni me distribuyo dentro de ninguna probabilidad de las dispuestas por ese tal Gauss y su retintinante campana. Simplemente dejo hacer a mi anormal sistema hormonal sus funciones, a veces alteradas por la maldita y bendita cafeína. Soy una declaración manifiesta contra la norma de despertar cuando salga el sol y, francamente no me preocupa demasiado.

En este sentido, la bicicleta, es una metáfora útil para la vida. La motivación no busca ni formas, ni referencias. Alcanzar la cima es ya un criterio verdaderamente relevante para quienes vamos en la vida con la inercia que presta el llano.

 Así, lo normal es subir por carriles con bici de montaña, plato pequeño y piñón grande para menor resistencia, y, sobre todo, anticiparse a los cambios. Yo, sin embargo, soy más de guardarme el último con la despreciable esperanza de que el final sea largo.

 Mi amigo Rosseau lo vería claro. La normalidad, a buen seguro, sería fruto de su contrato social, ese que nos estafa y nos limita. Aquel que obliga a renunciar a uno mismo en virtud del amparo de todos y nos hace menos locos y menos obsesivos y en muchas ocasiones menos felices.

Somos diferentes, gilipollas a veces, cursis algunos, idealistas los jóvenes y también los viejos no tan mayores. Somos tan volátiles como la rasante que quiebra de un llantazo nuestros sueños. Y al final lo normal se vuelve funcional. Así de simple. Aquello que funciona. A mi manera o la del vecino del séptimo. Una virtud tan niña e inquieta que no me deja ganar nunca al escondite.


Teresa Velasco Castillo

miércoles, 9 de octubre de 2019

La riqueza... por fin

Cierro el título de esta entrada con un por fin, después de varias vueltas a un poema que aún no me convence. Como siempre me decanto por mi estilo, un concepto de riqueza empañado por las gafas de una don nadie que aspira (nada menos) que a ser feliz. 

Para hacerse rico basta el tiempo de una vida,
conversar con los años, presentar una instancia.
Hacer del surco del viaje nuestra estancia,
sembrar el vientre del verano en su caída.

Son riqueza las palabras aun vacías de instrumento;
dadle el pecho a su semilla más abstracta
y la esperanza del labriego al Ser más cierto
que en los labios de un poema siempre hay hueco

Si quieres la riqueza en el pasado
habrás de andar con los pies del estoicismo
en el deseo, con conciencia de ser niño
en el  futuro de los muertos con los vivos.

Riqueza es comprender que el cambio
de rasante de tus manos se equilibra
con el cauce ceñido de mis pechos.

Y es saberse en contacto con aquello
que en pleno narcisismo te hace humano.

Ser rico, amigo, es aceptarse en otros labios
sin perder la comisura de uno mismo. 

Teresa Velasco Castillo

sábado, 29 de junio de 2019

Penúltimo viaje

Porque me basta la riqueza que da el sueño cuando me alcanza en un desvelo de ilusiones:

Tal vez el penúltimo viaje.
Un camino de luces contenidas. 
Un contrato antisocial que se pronuncia golpeando en el cadalso del poeta. Así lo siento. Con la afilada seducción de los aviones: pasillo veintiséis con ventanilla a los temores que produce el amor casi a los treinta. 

Así, como el poeta, que en su juego,  va domando su crisis de existencia.

¿Será la orografía tan solo el trance hacia aquello que llaman ser adulto? ¿cubrirá con losas mi vista estos paisajes?, ¿qué derecho ostenta  el cielo sobre el ave que lo cruza?

Dios sabrá en la utopía de su gobierno, 
mas si a vuelta de correo no hallan respuesta,
es que solo fui poeta en el infierno.

Teresa Velasco Castillo

lunes, 25 de marzo de 2019

29 Media Maratón de Málaga


Me di cuenta de que había dentro de Málaga un verano invencible con el resto de estaciones a la deriva. Que igual que sucede en el resto del universo, ninguna de las partículas que agitaban el interior del Paseo del Parque conocía un estado de reposo como el que yo ahora pretendo.
Descubrí, quizás tarde, que lo mejor que uno puede hacer es desaprovechar su talento. Respirar. Respirar sin querer ahogar tu angustia en el proceso y asumir la dinámica de cada entorno que conforma el mundo. Así fue. Ni mejor ni peor. Llegar a meta, parar el reloj y observar un número con el que sentirse más o menos identificados. Lo que hay detrás, por supuesto, es esfuerzo, dolor, constancia y trabajo, pero yo no soy un mero resultado numérico ¿Cuántas veces, si acaso remotamente, se ajusta el esfuerzo al resultado?
Es de esperar que causa y efecto vayan de la mano, pero cuánto daño puede hacer la extrapolación de resultados, y, todos sabemos que a los corredores, más que a ningún científico, nos encanta extrapolar cada parte del proceso hacia la meta.
Quiero decir que estoy satisfecha  no con mi crono de ayer en la 29 edición de la Media Maratón de Málaga, ni con la posición “respecto a” que pueda salir en una lista. Estoy satisfecha por la plena conciencia de saber que no me voy a enfriar cuando llegue porque allí está mi padre esperando. Estoy satisfecha porque veo a los demás realizarse y eso me basta.
Estoy satisfecha con saber que soy quien soy gracias a mi madre, a quien apenas tuve tiempo de felicitar por su cumpleaños. Estoy satisfecha con mi mundo, porque sin ser muy grande, se está reponiendo continuamente en su demografía y puede que esa sea la mayor satisfacción que hoy tengo. Gracias.