Lo de este domingo ha sido un adiós demasiado forzado. Le he
dado vueltas a mi cabeza y a mis piernas
hasta hacer de este talón dañado un
asunto perentorio. Tengo que parar y empezar algo que me llene. Simular otra
vida al menos. Imponer otra inercia a mis zapatos. Pedalear lejos.
No sabía si hacer o no una crónica de este domingo. Ser coherente
y humilde es lo menos después de tanto ajetreo para 42 kilómetros de esfuerzo.
Y yo no soy de tirar la toalla. En enero, quizás febrero pienso volver. Curaré
mi lesión tantas veces como el corazón aguante e insistiré aunque esté agotada
para que ningún adiós sea el definitivo.
Quizás esta forma de pensar no sea la adecuada y tal vez es
por eso que acabé en 3 horas y media lo
que debí dejar en la mitad, cuando atravesaba en sentido oeste el paseo de los
curas. El caso es que decidí acabar en silencio. Al ritmo que mi cuerpo pedía.
Remontar con algo de glucosa y no pensar en el dolor. Romperme en carne viva al
cruzar la meta.
No sabía si escribir de este domingo, pero Verónica Forqué
se ha matado y leyendo, no sé… me he preguntado ¿me estoy yo también matando?
En fin, de las derrotas también se aprende. Probaré a
escribir sobre paisajes, sensaciones, entrenos de ensayo-error. No puede ser que el camino acabe tan pronto.
Bien o mal redactadas, aún me quedan kilómetros donde escribir mis huellas.